Ubicado en el triángulo formado por la desembocadura de los ríos Cuero y Salado, está compuesto por una multitud de canales terrestres y fluviales. Recibe unos 15 ríos más y dá albergue a gran cantidad de especies animales, algunas de ellas en peligro de extinción como el manatí o vaca marina.
Hacer una visita a este santuario de la flora y fauna hondureña es algo que el turista no debe dejar de hacer. El viaje es sumamente emocionante y lleno de sorpresas, avistamientos de cualquier tipo de animal salvaje son casi garantizados en cualquiera de los senderos que usted escoja para hacer su recorrido. Tendrá la oportunidad de adentrarse en selvas y manglares y tener encuentros cercanos con todo tipo de fauna silvestre.
Cuenta con una sala donde se brindan charlas de orientación previo al paseo, exhibición de murales y una habitación disponible para personal técnico visitante.
Las primeras personas que habitaron este municipio eran mayormente tolupanes, que se organizaban en tribus. En el siglo XIX, los habitantes de este municipio se concentraron mucho en la actividad bananera. Este municipio adquirió el título de municipio el 23 de agosto de 1877.
El nombre de la ciudad se debe a un gigantesco árbol de ceiba que se alzaba a orillas del mar Caribe, lugar donde hoy convergen la principal avenida y la primera calle. La grandeza de este árbol de ceiba era tan impresionante que los primeros pobladores (garífunas provenientes de la isla de San Vicente) aseguraban que era «la escalera que utilizaba cuando bajaba del cielo a visitar la Tierra. De hecho, habían tantos árboles de Ceiba, o Ceibon, por lo cual los habitantes se acostumbraron a llamar este lugar «La Ceiba».
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